Confieso lo extraño de volver a ver la nieve en el sur de España, en vez de en la tundra del Medio Oeste de Estados Unidos. Pero lo más absurdo fue batallarme el deseo de conseguir unas lecciones de esquí. Lo práctico de mi psique se fijaba en el coste, mientras lo aventurero ya formulaba la manera de contar las potenciales buenas. Al final, ninguno de los dos triunfó, puesto que había vacilado tanto que, al llegar a los comienzos de las rutas por la telecabina, ya era demasiado tarde contratar a los instructores. Hubiera tenido que bajar a la plaza baja para alquilar el equipo y volver a subir con ello. En fin, a quien madruga, Dios le ayuda.
Algún día cercano le contaremos a nuestro hijo las aventuras nuestras. Algunas serán favoritas suyas tanto por su riesgo como su misterio, mientras otras le entretendrán por su comedia o sus lecciones. Pero sobre todo, quiero que nuestra historia le comunique una constante victoria sobre las sierras de duda, de miedo, de oportunidades perdidas y ganadas. En fin, quiero que de nosotros aprenda a vivir.
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